miércoles, 19 de agosto de 2009

De la estupidez humana: Cap VII




Los animales son criaturas de Dios, inocentes y puros, incapaces de herir a nadie, sólo el ser humano puede causar dolor... Al menos eso creía Donna Munson de Ouray, Colorado USA.
La noble señora Munso tenía como misión proteger a todos los seres vivos y no pensaba dejar que cosas tan insignificantes como la ley o el sentido comun se interpusieran en su camino.
Resulta que nuestra intrepida heroina tenía la costumbre de alimentar los animales que merodeaban los 40 acres de su propiedad y había tomado particular interés en unos cuadrupedos peludos, rechonchos y tiernos pertenecientes a la familia de los Ursidos, con tal propósito compraba comida de perro al mayor y la distribuía en su propiedad en grandes recipientes.
Bien, aparentemente uno de los peludos comensales no se sintió satisfecho con dieta tan monótona y decidió añadir un poco de carne fresca al menú. Un hombre que trabajaba haciendo trabajos eventuales para la señora éncontró al oso en pleno almuerzo, informó al sheriff quien se vió obligado a matar al animal para recuperar los restos de esta debota amante de la fauna.
Como consecuencia de su muerte un grupo de osos han quedado sin su suministro habitual de comida y comenzaron a recorrer las propiedades de los vecinos (mucho menos amantes de los animales para más referencia) y han causado tantos destrozos que, hasta el momento 12 más han tenido que ser eliminados por las autoridades, se estima que antes que termine el verano varios otros deberán tener el mismo tratamiento.
Otro caso de la inteligencia humana tomando vacaciones, los animales salvajes son salvajes sin importar lo lindo que se vean.

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